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Supongo que debido a mi formación, siempre he tenido muy claros mis límites, deberes y obligaciones en un espacio natural. Para el caso, no importa las dimensiones del mismo, que se trate de un paseo fluvial, un parque natural protegido o cualquier otro jardín. Es algo de lo que me han hablado muchas veces, de un obligado respeto a la naturaleza y a sus funciones y organización. Pero, por lo general y al parecer, esta idea no llega a calar en la sociedad. Yo creo que son cuestiones básicas las que influyen en ese “desentendimiento”:  el mal hábito de menospreciar el valor de algo que, entendemos ,“siempre ha estado ahí” y, por otro lado, nuestro deseo por llegar siempre más allá (que si bien, no ha de ser siempre nocivo, si que puede causar problemas en la naturaleza como veremos a continuación).

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El jardín, reflejo de nuestra percepción sobre la naturaleza

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¿Os habéis fijado en la organización de los jardines particulares de vuestro entorno? En muchos de ellos las plantas se ubican en los márgenes de la propiedad, pegadas al muro o a la alambrada que la delimitan. Cuando en alguna ocasión he podido preguntar sobre esto, a los propietarios del jardín en cuestión, la respuesta suele ser siempre la misma: optan por obrar de esta manera para disponer de más espacio (esta respuesta no depende, dedo aclarar, del tamaño que ocupe el jardín en sí). Estoy convencida de que esta forma de pensar tiene mucho que ver con el tipo de relación que mantenemos con el entorno natural, en concreto, con la voluntad de “abrirnos paso por entre lo natural” para llegar a donde queramos sin ser estorbados, de ahí que sea necesario «limpiar», «pisar»… en definitiva, conquistar ese espacio. Nos encantan las plantas, pero sin que obstaculicen demasiado nuestro paso o nuestra vista. ¿Acaso creemos que si a ellas  (a las plantas) les permitimos ocupar más terreno, éstas podrían llegar a intimidarnos? Efectivamente muchos opinan así,  y estamos hablando, por el momento, solamente de plantas ornamentales…

El jardín refleja muchas veces nuestra percepción del entorno, ajardinamos del mismo modo en que entendemos la naturaleza… o quizás, de la manera en que desearíamos verla (o tenerla nuestra disposición).

Ahora bien, podemos darle la vuelta a este argumento y tratar ahora la segunda de las razones de las que os hablaba al principio. Cuando existe un lugar que, por el motivo que sea, consideramos fuera de lo común, sobre todo cuando hablamos de lugares en la naturaleza, tendemos a visitarlo masivamente. Un ejemplo perfecto es , efectivamente, el de la Playa de las Catedrales. Espero que no se entienda esto que comentamos como oportunismo, dado el desgraciado incidente que allí se produjo hace poco, pero es que toda esta polémica posterior quizás sirva para que nos replanteemos muchas cosas, y no sólo relacionadas con nuestra seguridad individual como turistas, sino sobre el peligro que también corren esos lugares. Hace no mucho, una queja común era la de la imposibilidad de acceder a ese lugar, poco importaba realmente el impacto negativo que se estaba causando sobre un monumento natural tan maravilloso: estamos acelerando su degradación por el simple hecho de que necesitamos llegar lo más cerca posible de esas “ruinas” naturales de ensueño. No importaba tanto el haber estado allí para verlo, importaba el haber pisado ese lugar. Es verdad que la clave está siempre en buscar un equilibrio, y confío en que, entre todos (políticos, especialistas en medioambiente, el hipotético visitante medio, etc….), encontremos esa fórmula justa que permita salvaguardar lugares así sin impedir que sean conocidos. Pero esto estará ligado a una limitación mayor a la que ya existía ahora mismo, y esa limitación debemos comprenderla y apoyarla. No sólo eso, sería importante que a la gente se le hiciese ver el problema de raíz y que cada uno  pudiese entender lo fundamental de la idea del respeto a la naturaleza, que ésta no está ahí sólo para nuestro disfrute, que somos nosotros los que nos debemos a ella.

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¿ Recordáis lo que ocurrió en su momento con el banco «más bonito del mundo»? La situación se repite continuamente, cambia sólo el nombre del lugar que termina saturado y sufriendo las consecuencias.

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No es un derecho universal el que todos, en masa, podamos allanar cualquier lugar que nos venga en gana. Debemos comprender que ciertos lugares deben limitarse al paso de los especialistas que verdaderamente saben cuidar de ellos. Estos especialistas nos lo darán a conocer del mejor modo posible, tanto para el lugar en sí, como para nosotros mismos. Más allá de este problema educativo, existen también, a distintas escalas, por desgracia, todo tipo de acciones que llegan a verse como normales y no debería ser así:

Mucha gente se lleva consigo, a modo de subvenir, plantas de un jardín o de un espacio natural, las piedras de una playa… Obviamente, no queremos decir que sea trágico el que nos llevemos una pequeña flor cortada, o una concha, pero ese acto termina por normalizarse y a aparecer más tarde, de nuevo, en lugares en donde el daño sí puede ser de gravedad.

Invadimos cualquier espacio natural, accedemos a él por donde nos apetece, atendiendo sólo a nuestra propia comodidad. Esto suele ser común, por ejemplo, en lugares como las dunas… Hemos de entender que, en ocasiones, nuestra simple presencia en lugar ya puede ser dañino, sobre todo si nuestros conocimientos (al ser limitados) no nos ayudan a ver realmente el problema que estamos ocasionando.

Exigimos papeleras en todos los puntos de los parques naturales y consideramos como un agravio el que tengamos que llevarnos de vuelta la basura a nuestras casas. ¿Por qué?  Como regla general, deberíamos asumir la necesidad de cumplir determinados “sacrificios” como éste, que en realidad no son más que pequeñísimas acciones que suman en favor del trato correcto a la naturaleza.

Caminos y lugares de paso como los paseos fluviales o los paseos de playa no han de estar siempre despejados. De hecho, debemos comprender que en muchos casos, y aún tratándose de infraestructuras que facilitan el acceso de la gente, se encuentran en ecosistemas muy complejos y delicados. Podéis ver el post «Las malas hierbas» donde ya os hablaba de todo esto.

Es fácil deducir que todas estas objeciones, o así me gustaría plantearlo, están relacionadas con una idea principal:  la concienciación de la gente, y no sólo eso, sino que todos seamos capaces de deducir (sin imposiciones, racionalmente) la importancia de cómo gestionar nuestra relación con la naturaleza. En esencia, es un problema de  pensamiento. Mientras no se trabaje este aspecto desde la educación y desde la administración pública seguiremos repitiendo los mismos errores. Porque sólo enseñando lo valioso y delicado de estos espacios, y sobre todo a los más pequeños, lograremos que germine y se extienda un respeto común por la naturaleza, una rigurosa aceptación de nuestra posición frente a ella… así como el reconocimiento de lo peligroso que resulta no intentar, cuando menos, ese cambio de mentalidad. Los beneficios serán innumerables desde ya.

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¿Qué opináis sobre todo esto? ¿ Cual es vuestra experiencia?

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Imagen portada: https://www.sintelugo.com

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Les belles de bitume, de Frédérique Soulard.

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