Nos encantan los cuentos que tienen a la naturaleza como protagonista. Muchos de ellos sirven para que los niños refuercen (casi sin darse cuenta) su vínculo con esa misma naturaleza que fundamenta el relato. En esta ocasión, os proponemos una hermosa y sencilla narración francesa, «El pequeño abeto», cuya moraleja principal es la de aceptarnos a nosotros mismos tal y como somos. Con un abeto como protagonista principal sobra quizás decir lo idónea que es su lectura en esta época del año. Podéis encontrarlo en el libro Cuentos para chiquitines (Editorial Rudolf Steiner), una recopilación de Heidi Bieler de cuentos cortos de todo el mundo. Bieler recomienda su lectura, especialmente, a niños de edades entre los 2 y los 7 años.

Esperamos que os guste tanto como a nosotros!

 

El pequeño abeto

Érase una vez un pequeño abeto. Sólo en el bosque, en medio de los demás árboles cubiertos de hojas, él sólo tenía agujas, nada más que agujas. ¡Cómo se quejaba!

– Todos mis amigos tienen hermosas hojas, hermosas hojas verdes.¡Yo sólo tengo espinas! Quisiera tener, para darles un poquito de envidia, hojas todas de oro.

A la mañana siguiente, cuando se despertó, quedó deslumbrado…

-¿ Donde están mis espinas? ¡Ya no las tengo! ¡Me han dado las hojas de oro que había pedido!¡Qué contento estoy!

Y todos sus vecinos que le estaban mirando, dijeron:

– ¡El pequeño abeto es todo de oro!

Pero he aquí que un hombre, un malvado ladrón, llegó al bosque y les oyó. Pensó:

-¡Un abeto de oro! ¡Qué gran negocio!

Pero como tenía miedo de ser visto, volvió por la noche con un gran saco. Cogió todas las hojas sin dejar una.

A la mañana siguiente al verse completamente desnudo, el pobre abeto se puso a llorar.

-Ya no quiero más oro -se dijo en voz baja-. Cuando vienen los ladrones, te lo roban todo y ya no te queda nada.

Y por la mañana despertó con las hojas de oro. Pero su brillo atrajo a los ladrones que lo dejaron desnudo, el pobre abeto se puso a llorar.

-Ya no quiero más oro -se dijo en voz baja-. Cuando vienen los ladrones, te lo roban todo y ya no te queda nada.¡Quisiera tener todas las hojas de cristal! ¡El cristal también brilla!

A la mañana siguiente, cuando despertó, tenía las hojas que había deseado. Se puso muy contento y dijo:

-En lugar de hojas de oro, tengo hojas de cristal; ahora estoy tranquilo porque no me las robará nadie.

Y todos su vecinos que le miraban dijeron a la vez:

-¡El pequeño abeto es todo de cristal!

Pero cuando vino la noche la tempestad sopló fuerte. El pequeño abeto suplicó en vano, el viento lo sacudió y no quedó ni una sola de sus hojas.

A la mañana siguiente, al ver el destrozo, el pobre abeto se puso a llorar.

-¡Qué desgraciado soy! Otra vez estoy desnudo. Han robado mis hojas de oro y han roto mis hojas de cristal. Quisiera tener, como mis amigos hermosas hojas verdes.

Al día siguiente, cuando se despertó vio que había obtenido lo que deseaba. Y todos sus vecinos, que le miraban se pusieron a decir:

-¡El pequeño abeto ya es como nosotros!

Pero, durante el día la cabra salió a pasear con sus cabritillos. Cuando vio al pequeño abeto dijo:

-¡Venid, niñitos míos, venid hijos míos! Saboread esta comida y no dejéis nada.

Los cabritillos se acercaron saltando y lo devoraron todo en menos de un instante.

Cuando llegó la noche, el pequeño abeto, completamente desnudo y tiritando, se puso a llorar como un niño.

-Se lo han comido todo -dijo en voz baja-. Ya no me queda nada. He perdido mis hojas, mis hermosas hojas verdes, como mis hojas de oro y mis hojas de cristal.¡Me contentaría con que me devolvieran mis agujas!

A la manaña siguiente, cuando se despertó, se encontró sus antiguas agujas y no supo qué decir.

¡Qué feliz es! ¡Cómo se contempla! Se ha curado por completo de su orgullo. Y su vecinos que le oyen reír, dicen mirándole:

-¡El pequeño abeto está como antes!

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