La Plaza del Obradoiro de Santiago de Compostela es uno de los lugares más concurridos de Galicia. Pero muchos desconocen que a unos pocos metros, justo detrás del Pazo de Raxoi, se encuentra un jardín-laberinto desde el que se puede disfrutar de la arquitectura de la ciudad tranquilamente, sin las acumulaciones de gente habituales en el resto de la ciudad.

 

 

El jardín de San Fructuoso,  cuya autoría pertenece a Cristina Ansede Viz y  Alberto Quintáns Arrondo, se asemeja a una acogedora casa «verde». El jardín está constituido, principalmente, por setos de boj lineales y paralelos al contundente paredón de piedra del Pazo de Raxoi, un muro monumental que parece protegerlo (como si de las paredes de una casa se tratara). La presencia del muro se suaviza a partir de cinco cipreses (Cupressus sempervirens) que se ubican paralelos al muro y rompen con la dureza de la piedra, pues al ascender siguiendo su verticalidad parecen funcionar como «contrafuertes vegetales» del mismo.

 

 

Volviendo al seto de boj, éste nos ofrece, por un lado, un recorrido de pequeños senderos por los que «perderse»  y, por otro lado, puntuales estancias escondidas que se nos van apareciendo casi por sorpresa. El boj actúa como biombo, concediendo intimidad a cada «sala» frente al tráfico (rodado y de peatones), así como a las otras salas y a la zona de huertas. Esta última dota al jardín de una esencia especial, un horizonte al que dirigir la mirada… a pesar de que una vez dentro del jardín, dada la altura de los setos, los únicos puntos de fuga visual que encontramos son los que hay al final de cada sendero.

 

 

 

Con mucho acierto, el jardín actúa como filtro entre dos partes bien diferenciadas. La de lo público, urbano y pétreo frente a la del verde baldío, doméstico, íntimo y privado. Lo increíble es que el jardín de San Fructuoso refleja ambas sirviéndose para la transición – al igual que los históricos jardines de los pazos gallegos- de la naturaleza moldeada geométricamente por el hombre.

Parece que, a pesar del paso del tiempo, el jardín de San Fructuoso sigue respetando, de alguna manera, el lugar que fue en su pasado. Bajo él reposan los restos de muchos peregrinos que fallecieron en Compostela desde principios del siglo XIII. El cementerio se asociaba al Hospital Real de Santiago, y fue clausurado en el siglo XIX.  Retomando el inicio del texto, tal vez esa tranquilidad tan especial que se respira en el jardín tenga que ver ( y por qué no) con ese pasado y con lo maravilloso de transformar un cementerio en nueva vida: una vida con forma de jardín. 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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