Somos muchos los que de alguna manera hemos tenido noticia de la historia de Man de Camelle, un artista alemán cuyo nombre original era Manfred Gnädinger (Radofzell 1936- Camelle 2002). En 1961 llegó al pueblo de Camelle, en la Costa da Morte, procedente de Alemania y harto de vivir allí las ataduras de una vida burocratizada. En aquel entonces contaba con apenas 25 años. Fue ese un viaje “inciático” en el más estricto sentido de la palabra, pues significó para él comienzo de un profundo cambio hacia una vida humilde, entregada al arte y la naturaleza. El reinicio de su vida se concentró en lo elemental, en su propio cuerpo y en la naturaleza en donde se encontraba. Este giro hacia un minimalismo existencial lo condujo también hacia la creación artística como modo de digerir una confrontación con lo real tan inmediata.

 

 

Man compró un terreno al borde del mar y construyó su pequeño hogar, de 16 metros cuadrados. Fue transformando el lugar en una casa-jardín, una pura escultura que además lo acogía. Creaba a partir de las piedras que encontraba allí mismo, además de todo tipo de materiales que la marea arrastraba y ponía a su disposición: huesos, botellas, redes, maderas, esponjas…

 

 

De una manera por completo orgánica, fue mimetizándose con ese espacio en el que se refugiaba. Su habitar parecía exigir una lectura diaria, continúa, eso que fue construyendo durante años y que bien podía ser visto como un auténtico nido. Bajo el mismo instinto animal que permite al pájaro dar la forma adecuada a su minúscula casa de ramas, Man fue cubriendo la suya de gestos artísticos, de acumulaciones, pinceladas, perfilados espaciales, el matizado de la luz. La “intervención artística” perpetua del lugar, por parte de Man, como decíamos, acomodaba al mismo tiempo el asentamiento artístico de esta particular cabaña (de ermitaño) en su entorno y el propio asentamiento vital del individuo creador en la naturaleza.

La convergencia alcanzó tal extremo, que al parecer el desastre ecológico del Prestige, al asfixiar la viveza de las rocas y de toda las vidas que allí se encontraban, ahogó también irremediablemente la vida de aquel artista marginal. El paisaje amordazado por el chapopote terminó por hacer enmudecer también a un creador tan maravillosamente salvaje.

 

 

Todo esto lo cuenta, a través de sobrias y concretas ilustraciones trazadas a lápiz, la artista Carmen Hermo. Ella es una gran conocedora de la historia de Man de Camelle y de su legado artístico. Quiso honrar la figura de aquel hombre trazando un recorrido (en imágenes) por momentos clave de su estancia en la Costa da Morte. Esto que Hermo nos ofrece, de la mano de la Editorial Kalandraka y con prólogo del crítico X. Antón Castro, es un cuento también construido de la manera más inmediata y cuya concentración narrativa armoniza sin duda con el recuerdo de Man: Carmen Hermo relata a lápiz la visita a Galicia de un hombre que terminó convirtiéndose en su paisaje.

 

 

 

A TENER EN CUENTA:

El libro Man de Camelle está disponible en la página web de Kalandraka en lengua gallega.

Edad recomendada: todos los públicos.

 

Fotografía: MAN, Mar, Arte e natureza

 

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