A través del follaje perenne
que oír deja rumores extraños,
y entre un mar de ondulante verdura,
amorosa mansión de los pájaros,
desde mis ventanas veo
el templo que quise tanto.
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Así comienza la última obra de Rosalía de Castro, En las Orillas del Sar, un libro de poesía escrito en su casa de A Matanza (Padrón) y publicado en 1884.  Allí vivió los últimos tres años de su vida, etapa a la que pertenece la fotografía que aquí os muestro, realizada en septiembre de 1884 junto a su familia y bajo el laurel de su jardín.  Aunque quizás deberíamos decir huerta y no jardín, porque eso es lo que era antes de que el espacio fuera reformado y cubierto por camelias y otras especies botánicas ornamentales que acompañan a parras, una higuera o algún peral. Si bien, el sentido que el contexto natural aporta, para lo que nos importa, es el mismo.
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Rosalía de Castro, Manuel Murguía y sus hijos en la casa de La Matanza (Padrón). Año 1884.

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La huerta o el jardín de Rosalía es, al fin y al cabo, el escenario que acoge una de las más bellas imágenes que de esta poetisa conservamos. El jardín le servía como fuente de inspiración, como acicate a la hora de de forma a una obra literaria jalonada de recuerdos. Hoy los visitantes acuden a su casa-museo, sin duda, para recordarla, para vivificar en realidad una figura que han conocido y con la que se han familiarizado a través de sus escritos. Ahí les espera entonces el jardín, todavía, para continuar actuando como estímulo al recuerdo: en este caso el de florecer en nuestros días como un fondo sobre el que nosotros, admiradores de la obra de Rosalía de Casto, depositamos a la escritora imaginada.
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El jardín se convierte así una encrucijada que nos une y nos separa, de muy distintas formas, con aquello que deseamos recordar y con los recuerdos en sí
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El antiguo camino a lo largo,
ya un pinar, ya una fuente aparece,
que brotando en la peña musgosa
con estrépito al valle desciende,
y brillando del sol a los rayos
entre un mar de verdura se pierde,
dividiéndose en limpios arroyos
que dan vida a las flores silvestres
y en el Sar se confunden, el río
que cual niño que plácido duerme,
reflejando el azul de los cielos,
lento corre en la fronda a esconderse.
No lejos, en soto profundo de robles,
en donde el silencio sus alas extiende,
y da abrigo a los genios propicios,
 
a nuestras viviendas y asilos campestres,
siempre allí, cuando evoco mis sombras,
o las llamo, respóndenme y vienen.
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Más información sobre el jardín de la Casa Museo Rosalía de Castro en este enlace.

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