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El pasado fin de semana, aprovechando el pequeño respiro que nos ha dado la lluvia, improvisamos una breve ruta de senderismo a través de algunas zonas del monte de A Madanela, en la provincia de Ourense. La experiencia nos permitió considerar algunas ideas sobre ese inmenso paisaje que nos gustaría compartir con vosotros. Aclaramos que se trata de ideas que nos brindó la propia caminata, así que todo esto viene un poco «dictado» por un camino que, a su vez, fue elegido al azar.

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En primer lugar, el parque eólico de la zona impone al paisaje su cadena de aerogeneradores. Es un acento brusco, intimidador, pespuntado industrialmente en el horizonte y que domina la mirada desde cualquier esquina aquí. Nosotros comenzamos el camino tomando la propia línea que trazan los inmensos molinos blancos como punto de partida, pero ni dejándolos así, a nuestra espalda de inicio, se matiza su presencia. En esto influye también el rumor continuo que producen. Más allá de todo esto, y por buscarle algo positivo a su presencia, digamos que por momentos parece convertir el lugar en un escenario de «auténtica» ciencia ficción.

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Emprendimos entonces el camino aprovechando la pendiente (cosa que agradecimos al inicio pero que pagamos a nuestro regreso, claro) y descendimos hacia una hermosa vaguada que se divisaba desde lo alto.  Fuimos haciendo repaso de las especies que descubríamos en su monte bajo, avanzando entre distintos tipos de senderos, caminos o «no tan caminos» (fajas desbrozadas, corta fuegos, etc…): toxo, carqueixa… conforme nos acercábamos lo que parecía ser un pueblo abandonado, surgían ya árboles como abedules, robles…

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El pueblo fue uno de los grandes «descubrimientos» de la jornada. Siempre con la cautela necesaria (pues los muros de las casas de piedra parecían poder desplomarse en cualquier momento) paseamos a su alrededor con un respeto ceremonial. No es necesario sentirse un Friedrich para admirar algo así, es inevitable intentar rastrear y leer, en lo que ahí queda, signos de lo que fue un hogar. Y ahora todo aparece ya recuperado por la naturaleza. Tan armoniosamente recuperado que la pena que también despiertan las ruinas, al fin y al cabo, es menor…

Llegará un día en el que incluso a los molinos del parque eólico les tocará devolver el lugar. Es una lástima que no puedan ser levantados en esta misma piedra.

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Hoy Galicia sufre una despoblación del rural que propicia encuentros de este tipo continuamente. Aunque ese es un problema distinto sobre el que podríamos hablar en otro momento. Aquí lo más extraño sería (al menos eso terminamos pensando nosotros) el curioso punto al que nos condujo la naturaleza. Esta es una de las grandes ventajas del caminar y del aventurarse en ella.

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¿Alguno de vosotros tiene por costumbre buscar y visitar pueblos abandonados como éste? ¿Podríamos hablar de rutas senderísticas que contemplen conocer lugares así como una categoría turística más?

Escríbenos y cuéntanos tu opinión o experiencias similares.

 

Sobre la vegetación del camino

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