La editorial Errata Naturae reúne en  Un paseo invernal dos relatos de Henry David Thoreau (Massachusetts, 1817-1862). El primero de ellos da nombre a la publicación («Un paseo invernal») y el segundo se titula «Caminar«. Thoreau, admirado ensayista norteamericano, pionero de la ecología y de la ética ambientalista, escribió hace ya un par de siglos, textos completamente contemporáneos, en los que de una manera visionaria aborda con lucidez innumerables problemáticas de hoy en día. Sus escritos son absolutamente recomendables y necesarios, tanto por su calidad literaria como por el modo en que despiertan nuestra conciencia ambiental o por el modo en que describe nuestro instinto natural a la hora de observar la naturaleza mientras caminamos.

 

 

Dicho todo esto, Un paseo invernal es una lectura perfecta, también, para disfrutar (a través de la literatura, del arte) de la llegada el invierno. El libro comienza así:

 

«El viento murmuraba a través de los postigos, o soplaba con aterciopelada suavidad contra las ventanas. De vez en cuando suspiraba como un céfiro de verano agitando las hojas en medio de la noche. El ratón de campo estaba dormido en su abrigada madriguera, el búho se había posado en un árbol hueco en las profundidades del pantano, el conejo, la ardilla y el zorro ya habían encontrado refugio. El perro guardián se había tumbado tranquilo junto a la chimenea, el ganado guardaba silencio en el establo. La tierra misma se había ido a dormir y reposaba con el primer sueño, apenas importunada por algún ruido procedente de la calle, o por el débil chirrido de la bisagra de una puerta de madera , que alentaban a la naturaleza recordándole  sus quehaceres nocturnos…».

 

En éste, el primero de los relatos del libro, Thoreau reconstruye un paseo por un paisaje nevado. Poco a poco, suavemente, sigilosamente, nos va llevando a través de la naturaleza invernal y salvaje, sirviéndose para ello de delicadas descripciones. Este escritor nos presenta el invierno como una estación elegante, placentera… propicia a un reposo que permite contemplar y meditar nuestro entorno (al contrario de lo que convencionalmente solemos pensar). El protagonista de su libro es una atmósfera invernal de increíble belleza (diríamos «inenarrable» si no existieran autores como Thoreau que sí son capaces de narrarla).

 

 

 

 

El segundo relato, Caminar, es un pequeño ensayo donde el escritor reflexiona sobre el arte de caminar, del cual defiende su necesidad y beneficios.  Sus reflexiones (como saben bien quienes conocen su obra) siempre van ligadas a un retorno a lo salvaje, a la búsqueda de la libertad:

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«Quisiera hablar a favor de la Naturaleza, de la libertad absoluta, en contraposición a la libertad y la cultura meramente civiles, y considerar al ser humano como un habitante o una parte constitutiva de la Naturaleza, y no tanto como miembro de la sociedad. Quisiera hacer una declaración radical y, si se me permite, enfática, pues ya hay suficientes defensores de la civilización: el sacerdote, el consejo escolar y cada uno de vosotros os encargaréis de ello.»
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Termino con una frase que tiene mucho que ver con Galicia (de la que deberíamos tomar nota) y con un pequeño poema que también figura en el libro:
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«Un pueblo que se precie comenzaría por quemar sus cercas y respetar los bosques…»

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Cuando el invierno orla cada mañana
con sus fantásticas guirnaldas,
y sella el silencio
sobre las hojas caídas;

cuando cada arroyo desde su altillo
se abre camino gorgoteando,
y el ratón en su madriguera
mordisquea el heno de la pradera;

yo siento que el verano sigue cerca,
y acecha allí abajo,
donde ese mismo ratón se acurruca
cómodamente en el rezo del año anterior;

tal vez el carbonero
entone pronto una nota vaga
tal vez la nieve sea la fronda del verano
con la que él mismo se cubre.

Flores delicadas adornan los árboles, alegres,
y cuelgan frutos deslumbrantes,
y el viento del Norte suspira una brisa estival
que ahuyenta la dentellada de la escarcha.

Traedme buenas nuevas,
aún soy todo oídos
para la serena eternidad
que no teme al invierno.

Ahora mismo, sobre la laguna silente,
el hielo cruje inquieto,
y los duendes brincan felices
entre el tumulto ensordecedor.

Me apresuro impaciente hacia el valle
como si me llegaran novedades audaces:
la naturaleza celebra un gran festival
y sería una pena perdérselo.

Brinco con el hielo, mi vecino,
mientra el amable temblor
de las incontables grietas hiende
la alegre laguna.

Junto con el grillo en la tierra
y la leña en el hogar,
resuenan en el sendero del bosque
esporádicos sonidos familiares.

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