Conforme avanzaba este mes de noviembre, que en nuestra web hemos dedicado al tema de las ceremonias en los jardines y similares, hemos intentado matizar o variar un poco tal argumento. En un primer momento, estuve tentada a escribir acerca de los jardines de la antigüedad, también sobre el ritual de la muerte en aquellos cementerios en los que predomina un paisaje o una vegetación ornamental (de hecho, hace apenas unos días publiqué un post sobre el cementerio diseñado por Portela), sobre las culturas orientales y algunos de sus rituales ( la ceremonia del té en Japón, por ejemplo)…  Pero, en realidad, he de reconocer que existe un ritual de nuestra sociedad que (aunque se trate de una tendencia importada de otros países, o eso parece) que cada día parece estar más ligado a su celebración en un jardín: las ceremonias de boda.

Disculpad que casi se trate de algo obvio. Miremos a nuestro alrededor, ¿cuántos de nuestros amigos y familiares han cambiado el tradicional altar de una iglesia por el “incomparable marco natural” que ofrece un jardín? Desde luego, no son pocas las razones por las que elegir un jardín y no otro tipo de escenario en el que celebrar un enlace matrimonial: motivos decorativos, cromáticos, escenográficos, por su luz natural, por el romanticismo (quizás un poco de “postureo”, no lo neguemos)…Pero sin duda, sobre todo, está la posibilidad de disfrutar de un momento así, al aire libre, en medio de la naturaleza.

Más allá de ese motivo, tan determinante, del poder hallarnos en un espacio (jardín) abierto, tienen también su importancia distintas cuestiones estéticas. Seguimos considerando el jardín como un lugar bello por excelencia, hasta tal punto que superaría la belleza arquitectónica de cualquier catedral (bueno, esta comparación sólo sería oportuna en las ceremonias de tipo religioso, las bodas civiles permiten una elección mucho más libre, original o caprichosa, desde luego).

Eso sí, para la mayoría de los afortunados que puedan festejar su día en un lugar tan especial, el jardín escogido suele ser de carácter formal, cuidadosamente perfilado y organizado.. Jardines en donde los invitados puedan sentirse seguros y cómodos, pero al mismo tiempo “libres”. Y aquí es donde cabe una pequeña crítica, pues no deja de ser un poco cierto que a los jardines se le resta una buena parte de su libertad y de su belleza natural con todo ese atrezo y escenografías que se emplean en la organización de una boda. Mal menor, pueden pensar algunos, la presencia de un jardín siempre se impone…

Argumentos del por qué tendemos, cada vez más, a reunirnos en un jardín para celebrar una boda podemos encontrarlos en el cine. No sabría muy bien si hablar de inspiración o, quizás, reflejo idealizado que la sociedad intenta alcanzar, que desea.. pero en cualquier caso, hemos pensado que sería interesante ilustrar estas líneas con algunos fotogramas de escenas (muchas de ellas) inolvidables:

  • El padrino (1972), de Francis Ford Coppola.

  • Cuatro bodas y un funeral (1994), de Mike Newell.

  •  Melancolía (2011), de Lars von Trier.

  • Transparent ( temporada 2,2015)  serie dirigida por Jill Soloway.

  • Funny Face (1957), de Stanley Donen.

  • Amanda (1938), de Mark Sandrich.

  • Amarcord (1973), de Fellini.

  • Gato negrogato blanco (1998) y Underground (1996), de Emir Kusturica.

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