Dentro de la humilde historia cinematográfica de Galicia existe una curiosa fórmula de producción que terminó por convertirse en un género documental independiente. Un conjunto de filmaciones que bien podrían defenderse hoy como una categoría cinematográfica genuinamente gallega. Ninguno de los realizadores o promotores originales de aquellas películas tuvo necesidad, en su momento, de asociarlas a un género documental concreto; sin embargo, la presencia en ellas de una serie de características específicas (históricas, formales…) nos permiten agruparlas en torno a denominaciones tales como Documentales de la emigración gallega, Correspondencia cinematográfica gallega o bien, Postales cinematográficas de la emigración gallega

Se trata de una serie de pequeñas películas rodadas en distintos puntos de Galicia a lo largo de la primera mitad del siglo XX. Se realizaban para ser proyectadas en el extranjero a comunidades originarias de los lugares filmados. Estas películas buscaban saciar, en buena medida, la necesidad de imágenes del hogar abandonado y añorado. Estos documentales eran también un modo de hacer llegar, al emigrante, una idea del estado de las cosas durante su ausencia. De ahí que se tienda a explicar dicho género a partir de su evidente filiación “epistolar”.

Porriño y su distrito (León Artola, 1925); Nuestras fiestas de allá y Galicia y Buenos Aires (ambas de José Gil, rodadas en 1928 y 1931 respectivamente); Centro orensano (Eligio González, 1942); Rutas de Lobanes y Romería de la Madanela (de autor desconocido y rodadas en 1956) o Un viaje por Galicia (Manuel Arís, 1958)… son algunos de los títulos que hoy conformarían el listado principal de este género.

La producción de los films era encomendada, habitualmente, a productoras cinematográficas por las propias asociaciones de emigrantes, aunque en ocasiones, la iniciativa partía también de algunos pioneros de la realización cinematográfica gallega. De entre estos últimos convendría destacar a José Gil (1870-1937), quien llegó incluso a proyectar la estandarización o producción seriada (y periódica) de obras de este tipo.

Hoy sería imposible hablar de todo ello de no ser por la labor de algunos investigadores e historiadores que, además de dejar por escrito sus impresiones sobre esta “tendencia” cinematográfica o sobre el contexto histórico que la propicia, rescataron personalmente muchas de aquellas cintas. Tal es el caso de Manolo González, autor de un artículo imprescindible a este respecto: “Cine y emigración”, presente en Historia do cine en Galicia (José Luis Castro de Paz (coord..), CGAI, A Coruña, 1996). Incluye González, en su artículo, una breve crónica periodística de 1931 y que describe la proyección en Buenos Aires de uno de los títulos antes indicados de José Gil (Galicia en Buenos Aires).  En la misma, puede leerse lo siguiente:

«Cuando se pasó por la pantalla fue un momento conmovedor. Al aparecer los primeros pasajes la concurrencia abría los ojos cuanto más podía para no perder detalle. Al mismo tiempo, observaba entre los personajes de la cinta algún conocido o pariente, pues no eran pocos los que de vez en cuando decían: “che mira fulano” o “mira el aliso desde el que nos echábamos al agua cuando íbamos a nadar”…».

La participación en el acontecimiento social que suponía la proyección de las cintas terminaba por concretarse en conversaciones que perfilaban la memoria colectiva del grupo. Esto se producía a partir de la manifestación y el cotejo de los recuerdos personales que aquellas imágenes “traían consigo”. El documental de la emigración podría ser incluido entonces entre aquellos objetos que, como Alan Radley consideraba, se crean “especialmente para ayudarnos a recordar”, que actúan como auténticos “artefactos conmemorativos”… los documentales de la emigración era, sin duda, una invitación a hacer memoria para el emigrante. ¿Qué nos impediría, pues, incluir a esta práctica en un estudio más ambicioso sobre la figura de la memoria involuntaria o sobre el aura de las imágenes, relacionar su existencia a las ideas que al respecto plantean autores como Walter Benjamin, Henri Bergson, Sigmund Freud, u otros muchos…?

Los Documentales de la emigración -por aventurado que esto pueda resultar- surgieron también, en parte, como un medio que permitía al observador (emigrante alejado de su hogar) efectuar una aproximación imposible, un viaje “soñado”, al lugar original en que habían sido filmadas esas mismas imágenes. Existe en ellos una sugerente “transparencia” sobre la que me gustaría hablaros en sucesivos post, aquí en El lugar apropiado:

Una fotografía es a la vez una pseudopresencia y un signo de ausencia. Como el fuego del hogar, las fotografías –sobre todo de personas, de paisajes distantes y ciudades remotas, de un pasado desaparecido- incitan a la ensoñación. La percepción de lo inalcanzable que pueden evocar las fotografías se suministra directamente a los sentimientos eróticos de quienes ven en la distancia un acicate del deseo (…). Todos los usos talismánicos de las fotografías expresan una actitud sentimental e implícitamente mágica; son tentativas de alcanzar o apropiarse de otra realidad…” (Susan Sontag, Sobre la fotografía)

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