La llama que merece ser protegida: Caminando hacia el invierno

 

Artículo para Taller Silvestre publicado en noviembre de 2020.

 

La expresividad corporal siempre resulta reveladora.

 

¿Con qué parte de nuestro cuerpo recreamos, instintivamente, la sensación de recogimiento? Con las manos. Las entrelazamos y, juntas, nos las llevamos al pecho, a nuestro centro, como plegándonos sobre nosotros mismos. Este gesto es el que mejor simboliza la época del año en la que nos adentramos, el ciclo de invierno. El frío y la reducción de horas de luz nos obligan a un recogimiento que es doble, por naturaleza: las circunstancias estacionales que nos fuerzan a refugiamos en el calor y paz de nuestros hogares, nos dispone también a la meditación, a ahondar en nosotros mismos, en nuestra memoria.

El retorno cíclico profundiza hasta este extremo, hasta reclamar que tendamos la mano a nuestros orígenes con el mismo movimiento con el que dibujamos aquel recogimiento.

De hecho, los trabajos manuales refrescan en nosotros el sentido original de muchas tradiciones, desvelándonos así la verdadera importancia y razones de las mismas. Con las manos vaciamos el interior de las calabazas para que en ellas se pueda depositar una luz que ilumine el retorno de los muertos… esa era la razón primigenia de un adorno que hoy es ya un puro logotipo del que muchos desconocen su verdadera “función”. Antaño, las calabazas y su luz interior se colocaban en lo alto de muros de piedra, en los cruces de caminos. Así se iluminaba el regreso de los antepasados al mundo de los vivos. De manera que el vaciado de las calabazas va más allá de la versión comercial con la que se ha terminado por disfrazar a ese símbolo.

 

 

Fotografía de Taller Silvestre.

 

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