Un invernadero “de época” puede ser un elemento de jardín que aporte un romanticismo (o encanto, simplemente) difícil de igualar. No es necesario que sea antiguo o una pieza de coleccionista, aunque esa característica, por lo común, hace del mismo un noble fetiche que distingue sin duda al jardín en que se encuentra. Quizás tengamos que conformarnos con que simplemente recuerde a aquellos invernaderos que entenderíamos como clásicos: los construidos a partir de materiales nobles como el hierro, la madera o el cristal. En Galicia contamos con varios ejemplos de auténtico corte “clásico”, de los sirven de modelo para el resto, y entre aquellos destaca sin duda el invernadero del Pazo de Lourizán.
En cuanto al origen de este tipo de construcciones, los historiadores no se ponen de acuerdo en si fueron los egipcios o los romanos quienes comenzaron a cultivar plantas protegiéndolas de condiciones ambientales exteriores adversas. Lo que sí queda fuera de toda duda es la extraordinaria popularidad que alcanzaron, en Europa, a partir del s. XVI bajo el nombre de orangeries. Aunque, bien es verdad, quienes en aquel entonces poseían y disfrutaban de este tipo de “recintos” eran personas de gran poder adquisitivo. Más tarde, con la llegada de las nuevas tecnologías en el campo del hierro y el cristal, se comenzaron a construir los populares “palacios de cristal” victorianos, como el desaparecido Gran Invernadero de Chatsworth, en Derbyshire, diseñado por Joseph Paxton. También de este estilo es The Temperate house que podemos visitar en los jardines de Kew, la estructura victoriana en pie más grande del mundo, y que data de 1860.
Aunque el de Lourizán no posee esas inmensas dimensiones, sí conserva el mismo exotismo. Fue construido a principios del siglo XX, y al igual que el edificio contiguo (el palacio principal de Lourizán) es de estilo modernista. Recordemos, dicho esto, que los invernaderos suelen guardar relación con el edificio al que está unido, de modo que a partir de ellos se extiende o combina el estilo arquitectónico predominante en el recinto.
En la actualidad este invernadero de Lourizán alberga en su interior helechos, plantas aromáticas, suculentas… e incluso un estanque. Sin embargo, y a mi modo de ver, el invernadero adolece hoy de una suerte de aislamiento o intermitencia en la relación con el resto del jardín (que antes mencionábamos). Ese “aislamiento” se deriva en buena medida, creo, del camino asfaltado que lo rodea. Aquello a lo que me refiero -llamémosle mi pequeño “reproche”- es que la belleza de este edificio se ensordece en cierta manera por esa suerte de paréntesis asfaltado que ha terminado por encuadrarlo. Quizás sea solo mi sensación y otros opinen de modo distinto. En cualquier caso, el invernadero en sí mismo es una obra admirable y llena de encanto.
Y ya para finalizar, una última idea. La postal antigua que aquí os mostramos ilustra el empleo que en aquel entonces se le daba al invernadero: la conservación de plantas no impedía que ese fuera un lugar perfecto para la contemplación y el disfrute del dolce far niente…
Postal: www.todocoleccion.net