«Cuando proyecté y construí el Cementerio de Fisterra, lo primero que quería era ofrecer a unos muertos el descanso que se merecen en un lugar sublime en el que la arquitectura fuera capaz de fundirse positivamente con la naturaleza, igual que lo han hecho en ese mismo lugar, desde siempre, la tierra, el mar y el cielo. Con esta obra también quería –igual que ocurre con una palmera solitaria que es capaz de dar respuesta a la grandiosidad del desierto, o la vela de un barco, por pequeña que sea, a la inmensidad del océano, o una ráfaga de perfume a la noche toda y convertirla en embrujo– dar respuesta a inquietudes culturales, antropológicas, espirituales y a toda la humanidad que, de manera insensata, camina hacia una sociedad globalizada, de pensamiento único que, so pretexto de superar el aislamiento y el atraso, arrasa la diversidad, la complejidad y la identidad que cada grupo o cada individuo poseemos, convirtiéndonos a todos los humanos, no en ciudadanos del mundo, sino en aldeanos globales, consumistas desaforados de un único mercado transnacional y condicionando, destruyendo los sentimientos, la filosofía, la ciencia y el arte, todo aquello que nos muestra lo rico, lo profundo y lo maravilloso que puede llegar a ser el hombre y la vida en general. Quería por último demostrar que cabe la esperanza, que al sistema siempre es posible darle respuesta, con cualquier obra y en cualquier lugar, aunque se trate, como en este caso, de un lugar tan distante como Fisterra y de una obra tan insignificante como es este cementerio.»
Así describe el arquitecto gallego César Portela su proyecto de cementerio en Fisterra, una actuación muy polémica, ejecutada en un espacio natural, Monte do Cabo, con vistas al mar y al Monte Pindo. A pesar de todo ello, este cementerio vanguardista, hoy está en deshuso y abandonado. Las paredes de los 14 cubos de granito se recubren de trepadoras vigorosas como las zarzas, el jardín de aromáticas se difumina en el paisaje queriendo asomar entre las flores silvestres. El conjunto, además, toma tonos amarillos por las flores de las retamas y los tojos que crecen en la ladera.
Ni sus estupendas críticas en el mundo de la arquitectura, ni su reconocimiento como una de las mejores obras funerarias del mundo, ni su categoría de finalista de los premios Mies van der Rohe (2003) y Philippe Rotthieer (2002), consiguen su aceptación por los vecinos de Fisterra. Y es que, tal vez, su carácter sublime, esa falta de «humanidad» en un lugar salvaje y libre (algo, por otro lado, completamente razonable y hasta necesario), sin límites, que se aleja tanto de lo doméstico y lo «controlado» por los hombres, pueden ser la clave del rechazo.
Relacionado con este proyecto, constan muchas circunstancias que ahondan en un mismo sentido: la costa de la muerte, sobre la que está situado, Fisterra, el fin del mundo. También el Monte Pindo, a quienes muchos llaman el Olimpo sagrado de los celtas, ligado a numerosas historias mitológicas. Precisamente ese paisaje «sagrado» que forma todo el conjunto provoca sentimientos de temor y angustia ante la naturaleza, pero también, al igual que los cuadros del pintor alemán del S.XIX Caspar David Friedrich, suscitan placer por su contemplación. Quizás lo primero pesa más para los vecinos de Fisterra, razón por la que el cementerio de Portela, de momento, permanecerá a la espera, conviviendo con la naturaleza salvaje que lo rodea.
Imágenes y texto introductorio: césarportela.com
Francisco
Dios da pan a quien no tiene dientes. Ya me gustaría a mi pudrirme allí.
galicianGarden
¡Eso mismo digo yo!