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Al parecer, Emily Dickinson se consideraba jardinera antes que escritora. Su propio jardín fue, de hecho, una pieza clave en su literatura. Cuántas referencias es posible encontrar en su obra a las abejas y otros insectos, a los animales, a las plantas… Con estas últimas y sus flores llegó a elaborar un hermoso herbario entre los años 1839 y 1846. Una joya para botánicos y amantes de su escritura que hoy podemos disfrutar online, pues ha sido digitalizado por la Universidad de Hardvard.

Pero permitidme que no me extendienda mucho hoy en Dickinson, pues el objetivo de este post es, apenas, el de servirme de sus poemas para dar la bienvenida al verano. Más adelante dedicaré otro post (tal vez varios), con la demora que merece, a sus versos y, por supuesto, a su herbario.

Sin más, anoto a continuación un pequeño poema incluído en «El viento comenzó a mecer la hierba«. Lo tomo de una edición reciente (2012) de Nórdica Libros. Y acompañamos el artículo con un par de ilustraciones de Kike de la Rubia, también pertenecientes a esta misma edición.

Dice así:

Por fin llegará el verano.
Señoras con sombrillas,
señores que pasean con bastones

y niñas con muñeca





colorearán el pálido paisaje
como si fueran un ramillete brillante.
Tras espesuras de blanco intenso
yace hoy el pueblo.





Las lilas se balancearán con su carga púrpura,
inclinadas por los muchos años.
Las abejas no desdeñarán la canción
que zumbaron sus antepasados.

La rosa silvestre que se abre en el pantano
y el aster de la colina
despliegan sus eternas formas.
Y las firmes gencianas se agitan.

Hasta que el verano guarde su milagro,
como las mujeres guardan su vestido
o como los sacerdotes recogen los ornamentos
una vez que el Sacramento ha concluido.



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¡Bienvenido verano!

.P

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