La obra de arte que nos gustaría recordar en el día de hoy es una brevísima cita literaria. Se trata de un fragmento extraído de la inmensa «recherche» de Marcel Proust (1871-1922), En busca del tiempo perdido. En concreto, pertenece a la primera parte de aquella serie, Por el camino de Swann. El que sigue es uno de tantos instantes magistrales con los que Proust consigue recrear (y compartir con el lector) la conmovedora fugacidad con la que se recupera un recuerdo… y con él, un espacio y un tiempo que se creían perdidos:
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«Volvíamos por el paseo de la estación, donde estaban los hoteles más bonitos del lugar. La luna iba sembrando en los jardines, como Hubert Robert, un pedazo de marmórea escalinata, un surtidor y una verja entreabierta. Su luz había destruido la oficina de Telégrafos. No quedaba más que una columna tronchada, pero bella como una ruina inmortal. Yo iba a rastras, me caía de sueño, y el olor de los tilos que embalsamaba el aire se me aparecía como una recompensa que sólo se logra a costa de grandes fatigas, y que no vale la pena lo que cuesta. De cuando en cuando, detrás de las verjas, perros que despertábamos con nuestros pasos solitarios daban alternos ladridos, de esos que todavía oigo algunas veces; y en el seno de esos ladridos debió de ir a refugiarse el paseo de la estación (cuando se construyó en su emplazamiento el parque público de Combray), porque dondequiera que me encuentre, en cuanto empiezan a oírse, lo veo, con sus tilos y sus aceras iluminadas por la luna…«.
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(De la traducción de Pedro Salinas)
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Para ilustrar el fragmento hemos preferido ser fieles al recuerdo del autor y acompañar la cita con una pintura del propio Hubert Robert.
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Comentarios

  • claudia amoedo
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    septiembre 1, 2017

    prosa que es poesía, fina y sutil…huele a noche de verano…gracias!

  • Guillermo Quimbayo V.
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    septiembre 7, 2020

    Lo trascendente de las evocaciones que se van convirtiendo en historia, historia afincada en la memoria, fortalecida por el sentimiento y palpitante siempre en el corazón. Una memoria sin números, sin fechas; sublime ella y afincada en lo que nos regalan los recuerdos dignos de contar,0 sencillos y gratos para mantenerlos vivos y constantes. Proust registra lo que otros nunca vimos, Lo hace latente y asume que no sólo por su vivencia sino por la valoración que el lector les confiera , mantienen su vigencia y afianzan su trascendencia, en el marco de la grandiosidad tierna del genio escritor que nos cuenta tal y como todos debiéramos aprender a contar.

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