Hoy, 20 de marzo, a las 17:15 ha comenzado oficialmente la primavera en el Hemisferio Norte. El día y la noche se igualan y, a partir de aquí, la luz comienza a imponerse a la oscuridad (no hay nada que me anime más que madrugar acompañada de la luz del día!)

Regresan las tardes interminables, el bullicio de los pájaros, el frescor de las mañanas y los días soleados. También vuelve, para mí, el contacto con la tierra, los paseos por el monte, las comidas al aire libre, las flores en los jarrones, los descubrimientos de nuevos espacios verdes, las comidas frescas y ligeras.. y muchos, muchos juegos en el jardín con mis tres pequeños.

Podría seguir escribiendo con pretensiones «poéticas» durante un largo rato pero como eso no es lo mío, prefiero que un poeta de los de verdad, el gran Robert Walser, lo haga en mi lugar. He elegido uno de sus relatos del libro Sueños (editado por Siruela y con tradución de Rosa Pilar Blanco) , titulado, como no, «La primavera«:

 

El joven verdor primaveral me parecía un fuego verde. Azul y verde se fundían en un tono armonioso. Yo creía no haber visto nunca un mundo tan bello ni a mí mismo tan satisfecho. Cómo me reconfortaba pisar la piedra rocosa. El suelo se me antojaba un hermano secreto. Las plantas tenían ojos que me lanzaban miradas rebosantes de amor y de amistad. Los arbustos hablaban con voz dulce, y el amable, melancólico y alegre canto de los pájaros resonaba por doquier. A la caída del sol los abetales exhibían una enigmática belleza, los abetos se alzaban como formaciones fantásticas, tan nobles, tan majestuosos, tan gráciles. Sus ramas parecían mangas que señalaban con un gesto serio a un lado y a otro. Cuán encantador lucía el sol en las mañanas alegres, luminosas, casi de excesiva dulzura. En medio de tanta alegría, de tanto color, yo me convertía siempre en un niño pequeño. Me habría gustado juntar las manos en una oración llena de confianza. «Qué bello es el mundo», repetía sin cesar en mi interior. Situado sobre la loma, veía en la llanura, de brillo atractivo, la ciudad con sus bonitos edificios y calles por las que se movían unas figuritas, mis conciudadanos. Qué apacible y cautivador, claro y misterioso era todo. ¡Oh, qué bien se estaba en la peña por encima del lago cuyo color y dibujo se asemejaban a una tierna sonrisa, a una sonrisa que sólo pueden esbozar los amantes, siempre tan parecidos a los niños! Yo recorría siempre los mismos caminos, que se me antojaban continuamente nuevos. Nunca me cansaba de alegrarme por lo idéntico y de recrearme en lo análogo. ¿No es el cielo siempre el mismo, no son siempre los mismos el amor y la bondad? La belleza me salía plácidamente al paso. La singularidad y la normalidad se daban la mano y parecían hermanas. Lo importante se desvanecía y yo dedicaba a las cosas más insignificantes una minuciosa atención, sintiéndome muy feliz mientras lo hacía. Así transcurrieron los días, las semanas, los meses y enseguida terminó el año; pero el nuevo año se parecía al pasado,y yo me sentí bien de nuevo.

 

Con estas preciosas palabras damos la bienvenida a la primavera. ¡Deseo que disfrutéis de ella tanto como nosotros!

Como acompañamiento, os dejo el vídeo que hicimos justo hace un año de los árboles frutales en flor.

 

 

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