Pese a lo que muchos creen, el invierno puede ser un momento magnífico para contemplar la belleza de un jardín, para descubrir hasta dónde llega y en dónde se originan algunos de los aspectos que perfilan esa belleza. El invierno nos ofrece la oportunidad de observar nuestros jardines desde otro punto de vista, nos revela, curiosamente, su sentido más “arquitectónico”.

 

Os propongo como ejemplo inicial un jardín, que aunque se encuentra un poco lejos, puede representar muy bien esta idea: el jardín de las Tullerías, en París. Allí nos encontramos con castaños de indias y tilos (principalmente) perfectamente alineados y “recortados”, así acentúan los ejes principales del parque, además de ofrecer la “rima” de una alineación harmoniosa con los edificios y calles de la ciudad que se encuentran en su alrededor. El conjunto da lugar a un paisaje de invierno que identificamos inmediatamente con París. Al entrar en el jardín nos sentimos sumergidos en una especie de grabado al aguafuerte tridimensional: líneas duras y grises suavizadas o difuminadas por la niebla (a falta de las hojas verdes que realizan esa función el resto del año); el agua del estanque congelada, la escarcha en las plantas perennes… La sobriedad de su belleza en esta época del año es fabulosa. Si por el motivo que sea nos encontramos en la capital francesa en esta época del año, es irresistible no salir a su encuentro a la menor oportunidad, pasear por este jardín de invierno, aunque para ello nos tengamos que enfundar en un buen abrigo, calzarnos un buen par de botas, cubrirnos con bufanda, guantes…

 

 

En Galicia es también posible descubrir esos detalles de nuestros jardines, disfrutar del modo en que cambian por completo sus “escenografías” durante los meses más fríos del año. Los rincones de nuestros jardines que habitualmente se encuentran ensombrecidos por el follaje, en invierno y si las nubes lo permiten, comienzan a recibir más luz y este es ya un motivo tremendamente importante a la hora de contemplar su aspecto. Ramas y troncos, al verse desprovistos de sus hojas, nos muestran todas sus nerviaciones, sus cicatrices, tonalidades, sus perfiles torneados… Incluso la nieve o la lluvia llegan también a vestir y a adornarlos de un modo particular al caer sobre ellos. Pensemos,  por ejemplo, en el Arbutus x andrachnoides del jardín del Pazo de La Saleta, un ejemplar único cuyo tronco, en los días de lluvia, adquiere esos tonos rojo-sanguíneo tan llamativos. Otro tanto ocurre con las tonalidades de los frutos rojos del Agracejo de Thunberg, los tallos de las diferentes variedades de Cornus, los clásicos abedules que muestran su tronco blanco desnudo, desquebrajado y con las finas ramas de matices violáceos (es posible contemplar un verdadero espectáculo de este tipo en el bidueiral de Montederramo).

 

Pero volvamos por un instante a ese sentido arquitectónico que mencionaba al inicio y que se acentúa de una manera tan espléndida en los árboles caducos principalmente. ¿Quién no ha disfrutado de esta visión al pasear por las numerosas alamedas de nuestros pueblos y ciudades? También por encontrarnos en invierno, salimos en nuestros paseos en busca del calor de la luz del sol. Encontramos esa luz y ese calor, mejor que en ningún otro lugar, casi como si se tratase de la nave central de una catedral edificada por la naturaleza, en esas mismas alamedas en las que comprensiblemente se concentran habitualmente los vecinos y en donde tanta vida social ha desarrollado nuestra comunidad durante siglos. Es el invierno el momento en que esa esencia arquitectónica de nuestros jardines aflora de una manera más evidente, momento en el que debemos aprovechar para aprender a leer en ellos muchos de los aspectos esenciales que conforman su belleza.

 

Como complemento a todo esto, os propongo una última sugerencia. Quisiera aconsejar la lectura de “Un paseo invernal”, escrito por Henry David Thoreau (y que cuenta con una edición reciente en España, de la mano de Errata Naturae). En ese libro Thoreau nos brinda un delicioso paseo a través de la naturaleza invernal y salvaje. Sus delicadas descripciones de toda esa belleza natural, estoy segura, os animarán aún más a recorrer nuestros espacios verdes durante el invierno.

 

Revista Agaexar nº17 – Primer trimestre 2020

 

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