«Al referirme al «jardín planetario», asimilo el planeta a un jardín, a partir del principio de que ambos son un recinto cerrado. El primero, lo ha sido siempre; jardín proviene de garten, vallado. El segundo lo es desde que la ecología científica revela la finitud de lo que está vivo en el planeta, haciendo aparecer los límites de la biosfera como los de un nuevo recinto.

Esta constatación conmociona profundamente nuestra relación con la naturaleza y devuelve a la humanidad -el pasajero de la tierra- su papel de garante de la vida que se ha vuelto frágil y escasa, a su papel de jardinero».

Gilles Clément, El jardín en movimiento.

 

Es hora de actuar, es hora de comenzar a ajardinar.

Este fin de semana, en una de las secciones del programa «El bosque habitado» de Radio 3 (en el que se entrevistaba a Santiago Beruete), se hablaba del ajardinar como un acto de entrega, paciencia, constancia y humildad. No por casualidad, ocurre que esta última palabra proviene del latín humilitas, que a su vez deriva de «humus», la capa del suelo en donde se descomponen materiales animales y vegetales (según el diccionario de la RAE)… El abono, el poso fértil en donde se origina vida. La humildad del jardinero es una virtud tan necesaria como etimológicamente apropiada. El jardinero trabaja en proximidad al origen de la vida en la tierra, es un conocedor privilegiado de la verdadera fragilidad del planeta, pero también de su extraordinaria capacidad de supervivencia. 

En estos últimos meses, en los que muchos movimientos ecologistas de toda índole (jóvenes, madres, científicos…) están saliendo a las calles para concienciar a la población sobre el daño que le estamos provocando a nuestro planeta y que pronto será irreversible, puede resultar primordial el replantearnos nuestra presencia en el mundo como «jardineros». Considerarse jardineros puede ser una herramienta ecológica de gran utilidad. La del jardinero es una figura clave en salvación de una tierra en peligro.

El jardinero, mientras cultiva su tierra, cultiva al mismo tiempo su temperamento, el modo en que pacientemente observa el crecimiento de la vida. El jardinero se siente obligado a cuidar con delicadeza esa pequeña parte del planeta que tiene «a su cargo», una disposición que se extiende de manera inmediata a la naturaleza por completo. Su manera de ver la vida es un tipo de filosofía, las plantas conforman en muchas ocasiones los argumentos éticos que descubre en otras situaciones cotidianas.

Os propongo un ejercicio: partiendo de las palabras de Clément (mencionadas al inicio del post) y asumiendo la hondura de lo que significa saberse jardineros y jardineras retomemos todos estos delicados pedazos de un planeta que nos hemos empeñado en destruir, como si de humus se tratara, para que de toda esta situación lamentable en la que nos encontramos brote una nueva vida. Jardiner@s tod@s, demos lugar a un nuevo jardín inmenso que renace a partir de pequeñas parcelas (en la tierra y en el pensamiento) que cada uno de nosotros hemos de cultivar y cuidar con esmero.

Feliz, o mejor dicho, esperanzador Día de la Tierra.

 

 

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